A veces, antes de dormir
mi cama se transforma
en algo así
como un barco
a la deriva
en un mar
que conozco bien
y que suele traerme
pesadillas
y movimiento.
A veces
desearía tener
bien cerca
ese chuvasquero
amarillo
plástico
impermeable
que no me hiciera sentir
salpicada
balanceada
por casi 400 golpes
de mar
contra un somier
rompeolas
de cubos de hormigón
en un suelo de madera
sin sal.
Pero después recuerdo,
que hubo una primera vez
en que se guardó
el sonido del mar
como un tesoro
y entonces
sonrío
sabiéndome despeinada
entre espuma blanca
hecha cojines
y sábana
y colcha
y pienso que vivir
el mar
y su tempestad
con toda su resaca
también
es un tesoro
(de vida)
Es ahí,
donde escojo
si estirar una pierna
y un pie
y cinco dedos
y tocar el suelo
para eliminar la barca
la tempestad
y el mar
o
me dejo
simplemente
llevar por la marea
por muy oscuro
que pueda ser
su fondo.
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