Papá Noel era fijo discontinuo. Y así, cada verano al acabar las vacaciones, tenía que gestionar toda la correspondencia de un año completo. Durante semanas, leía y leía carta tras carta clasificándolas en tres montones: Deseos, Caprichos y Necesidades.
Papa Noel, también escribía su propia postal.
Un año, escribió a los señores del Gobierno, pero no encontró dirección donde enviarla. Otro, escribió un poema lleno de palabras inventadas. Para Hacienda. Y hasta tuvo que pagar un plus por el sobre. Y así Papá Noel, año tras año, gastaba un boli Bic mordido de los de tinta azul.
En 2020, Papa Noel empezó más temprano la temporada: la columna de Necesidades había batido su propio récord y tocaba poner manos a la obra. Y fue así como, de tanto tantísimo que tenía por leer, Papa Noel olvidó escribir su propia carta.
Volvió agotado el 25 de diciembre, cuando ya entraba el sol por la ventana. Y hasta tenía ganas de vomitar, que en realidad no le gusta ni el turrón ni el mazapán. Ni siquiera un piñón ni una almendrita. Encendió la estufa, que en el Polo siempre hace frío, y se sentó en el sofá. A verse a si mismo en la tele.
Y es que ahora, le quedan otros 364 días por delante. Días donde organizar las facturas de los regalos que no fueron para él. Como si fueran importantes, como si fueran a acordarse de él al día siguiente. Días donde recuperarse de cada vez que no envió una carta. Y nadie se enteró.
Días para que pase
y no pese
la p*ta Navidad.
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