top of page

El Niño sirena

Cuando El Niño sirena apareció en la playa, no sabía respirar. Era un niño brillante de verde, con escamas bicolor. Como las lentejuelas. Y tenía los ojos más azules que todas las aguas juntas. Se acercó tranquilo y el aire hacía remolinos de caracola a su alrededor. Y al mío también.


El Niño sirena me abrazó con salitre. De la que sabe a verano. Y llevó con él a entender el mar. Que siempre va por dentro. Me enseñó a mirarlo de verdad. A tocarlo sin mojarme. A tirarme sin caer.

Y entonces entendí que en realidad el mar no ahoga. Que eres tú quien va a vaciar las penas, que allí no se nota que estás ahogando nada. Que te estás ahogando tú.


El Niño sirena sonrió entonces con sonrisa de plata, y agitando su cola como un aspersor regaló un último sonido acuático. Uno especial como romper el beso de las conchas dobles. Y saltó al agua, en semicírculo de delfín.


Al rato, me desperté. Con insolación y antojo de frigopie. Pensé entonces que El Niño sirena era imposible. Que los sueños en realidad no existen. O sí, como el color transparente.

Comments


bottom of page