top of page

El arcoiris más bajo del mundo

Cuando apareció el arcoiris más bajo del mundo, conducíamos por tierra de nadie y el paisaje pasaba por la ventanilla. Y pesaba también.


Hacía frío y trenzas. De las que se peinan con pelo sucio. Y llevaba un forro polar de los que huelen a hoguera de noche anterior. Con bolsillos llenos de clínex de después de la lavadora. Y media chocolatina de gasolinera en las muelas. Donde la lengua llega ya sin fuerza.


Paré el coche de verdad. Como cuando te haces pis, como cuando discutes. Y me bajé para comprobar la altura del arco, por si acaso en realidad yo me hubiera convertido en gigante. O en una Alicia improvisada de las que se comió una galleta que decía “Cómeme”.


Pensé que ojalá saber hacer salto de pértiga, traspasar la barrera de color, deslizarme. Como en un tobogán. Sin que quemasen las muñecas, ni las rodillas. Sin que el arcoiris desapareciera nunca. Que quién sabe qué hay encima de siete colores.


No tenía olla de oro. Ni al final, ni al principio. Pero, sí resultó ser el arcoiris más bajo del mundo. Conocido. Que quise pensar eso y por eso lo hice.


Y así, me sentí la persona más afortunada de la tierra. Con olla o sin ella, contigo o sin ti.

Comments


bottom of page